El público comienza a entrar. En la escena, un hombre y una mujer conversan mientras otro hombre los mira al tiempo que pareciera estar armándose un trago. Es el living de una casa o de un departamento, pero nada, nada, hace prever lo que habrá de seguir.
Los espectadores terminan de sentarse, y finalmente el texto se vuelve audible. El hombre que miraba resulta ser hermano del otro y marido de la mujer, e inicia preguntando “¿tenía algo el vestido?”, a lo que el otro responde “no, le estaba mirando las tetas”. El siguiente diálogo tampoco es demasiado inspirado, cuando la deseada en cuestión admite conocer la mirada lasciva de su cuñado, al que considera un baboso. Así, de manera algo forzada, se llega al eje de la obra, que es el tema de sacar los trapitos sucios al sol, y de que la mentira no siempre es peor que un exceso de verdades. Todo esto ocurre en los primeros minutos, y una vez que logran encarrilarse en los rieles del delirio, los personajes transitan con mayor fluidez.
El rótulo de “tragedia”, parecería apuntar más que a la muerte que espera al final, a las relaciones extremas y hasta absurdas entre los protagonistas. Si alguien alguna vez intentó contar el argumento (estrictamente la “trama”) de una tragedia griega a alguien que desconozca el asunto, habrá podido comprobar un bizarro parecido con cualquier telenovela donde corra mucha sangre.
A los tres personajes, se suman los hijos del matrimonio, que a su vez traen sus propios demonios, sumando a la ensalada, como para que no falte nada. Tanta verdad agobia (a los protagonistas), nadie se salva, con todos los prejuicios y los vicios y los errores del pasado pasando por ahí. Cada tanto, en alguna discusión, cual malevo apasionado, alguien le clava algo a algún otro, a lo que inmediatamente agrega “disculpá, fue sin querer, yo no quería…”. Nadie quiere, no era la intención, pero el cuchillo retorcido hasta el fondo, las tijeras clavadas… claro, no, error de ángulo, un lapsus… fue sin querer.
“Tragedia argentina” se ríe con todo esto de nuestra tendencia al melodrama, a tomarnos tan en serio y al mismo tiempo a no querer hacernos cargo de nuestras acciones, de los prejuicios y de esas relaciones familiares que nunca son perfectas. El texto, lógicamente, es sencillo y frontal, armando esta torre de verdades, que sin un grupo de actores acorde podría verse en problemas (hacer reír durante una hora desde un escenario no es tarea fácil).
La mentira no es buena, pero tanta verdad mata. Y el mapa final es tan bizarro, que uno de los personajes termina diciendo “no, así no se puede vivir”. Link
Una familia disfuncional
Diego Braude (Imaginacion Atrapada) - La puñalada en el corazón fue sin querer, y la de la espalda también
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